La confianza y la esperanza son amigas. Cuando caminan juntas todo es más fácil. Los sueños pueden confiar en volverse realidad y las ilusiones se animan a salir de la imaginación. La una y la otra son ingredientes infaltables de la cocina de la política.

La construcción de cualquier proyecto necesita de la confianza para trabajar en forma conjunta. Y la esperanza se hace indispensable para imaginar un futuro diferente para la sociedad, que, al fin y al cabo, es la que toma la decisión final, también en base a la confianza y a la esperanza que pueda sentir por tal o cual candidato.

En la política de hoy la esperanza se ha vuelta casi una ficción y la confianza escasea más que los dólares en el Banco Central.

En el último año, cuando las luces se apagan en el estudio de televisión o cuando el grabador ya no tiene encendida su led roja, sale una pregunta más íntima que pública. La he ensayado en aquel lapso con más de una decena de dirigentes de la política tucumana. Sean del partido político que fueren o estén de un lado o del otro de la grieta y la respuesta termina siendo la misma: “¿En quién confía?”, pregunto. “En nadie”, responden.

Sin confianza es difícil transmitir esperanza. Con políticos que no pueden confiar es difícil imaginar un futuro diferente. Falta la materia prima para conseguir cambios para transformar realidades. Y, así se entienden muchas de las cosas que estamos viviendo.

El oflador, un arma

Así se construyó la fórmula del oficialismo provincial. Osvaldo Jaldo y Juan Manzur terminaron tirándose con el oflador y con otras cuestiones contundentes porque se desconfían. La función pública es desconfiada y este dúo no desafía esa condición. Por eso a ninguno de los dos les tembló el pulso cuando tuvieron que mandar al cadalso a José Alperovich, que tanto les dio, pero que tampoco confiaba en ellos. Y parece que no estaba equivocado.

Manzur no se anima a dejar todo en manos de Jaldo. De esta manera se explica cómo es la composición del poder actual tanto en la Casa de Gobierno como en la Legislatura. Y la candidatura del jefe de Gabinete a vicegobernador se da por los mismos y desconfiados fundamentos. Teme volver un día a su despacho y encontrarse con nada.

Nada nuevo bajo el sol. Ramón Ortega le dejaba todos los cajones cerrados y ni lapiceras Bic encontraba Julio Díaz Lozano cuando se veía obligado a reemplazar al cantautor devenido gobernador. Algo parecido le ocurría a Raúl Topa las pocas veces en las que Antonio Bussi dejaba el despacho de 25 de Mayo y San Martín.

Cuando empieza a faltar confianza lo lógico sería que se la siembre para luego cosecharla a través del diálogo y del trabajo conjunto. Pero eso lleva tiempo. Por eso cuando no hay, no queda más remedio que comprarla. Uno de los maestros de esa política fue nada menos que el mismísimo Alperovich. Compró tanta confianza que le alcanzó para estar 12 años en el poder.

Cuando la plata no alcanza se busca a los pocos amigos que se tiene o a los familiares para que vayan ocupando los lugares más importantes para controlarlo todo.

Por eso en estos tiempos electorales los intendentes empiezan a pensar en sus esposas y en sus hijos o hermanos para que los reemplacen en sus respectivas ciudades. Antonio Moreno ya se está probando el traje de su hermano, Roberto “Tigre” Moreno, en el municipio de Trancas. Marta Najar no usará el traje, pero si quiere el vestido de intendenta en cuanto su hermano deje el despacho en Las Talitas y se vaya con Carlos Gallía a armar un fuerte acople en el Oeste. El lord mayor luleño tiene todo aceitado para que la primera dama Marta Albarracín sea su sucesora. En Famaillá ya no es novedad que los mellizos se intercambien sus roles y tanto la banca de legislador como la intendencia sea ocupada por Enrique o por José. Este último recibió una dura paliza judicial al ser condenado por abuso sexual simple. El fallo fue recibido por el intendente famaillense en soledad. No hubo pronunciamientos públicos en su favor. La sentencia, que seguramente va a ser apelada por el intendente, es un alerta que no va a dejar tranquilo a Alperovich tampoco.

El actual vicegobernador se ve con algunos problemas. Su esposa, Elia Fernández de Mansilla, no podrá ser reelecta como intendenta y, por lo tanto, intentará tener una banca en la Legislatura. A Sergio Mansilla no le quedará más remedio que volver a la intendencia si no convence a su hija para que la dinastía no se extinga en el poder de Aguilares. En Monteros la pelea de oficialistas será también de hijos. El actual intendente Francisco “Pancho” Serra quiere dejar el municipio en manos de su hijo y homónimo, y Juan Ruiz Moreno (hijo de Antonio Ruiz Olivares) intentará evitarlo. En Banda del Río Salí la discusión también es familiar: o la esposa (Gladys Medina) o el hijo (Gonzalo Monteros) del intendente quieren el sillón principal.

En la oposición, Ana Paula Quiles se siente la auténtica acreedora del bastón de mando de Bella Vista que ya no podrá sostener el actual intendente Sebastián Salazar. En la Capital, Germán Alfaro hace silencio y espera. No va a dar nombres hasta que la Junta Electoral se lo exija. Mientras tanto, espera. Sabe que su esposa, la senadora Beatriz Avila, ya tuvo su premio en el Congreso y no sería su sucesora. Pero además está claro que la intendencia de Capital es una prenda de cambio que guarda en el bolsillo Alfaro para cuando se pongan en juego las cuestiones mayores como la gobernación y la vicegobernación.

Frustración en servilleta

Para llegar a un cargo, con la confianza –que además escasea- no alcanza. Hace falta mucha plata para sostener una candidatura. Precisamente, porque como todo queda en familia y como nadie confía en nadie, la actividad proselitista que hace un cuarto de siglo se hacía de a pie y con pasión, ahora es una tarea más que se cumple por plata. Esta semana que no nunca más volverá un dirigente se sentó en un bar del centro de la capital, tomó una servilleta, le pidió al mozo una lapicera prestada –advertencia para los mal pensados: se la devolvió- y se puso a sumar los gastos para una candidatura.

Con un convencimiento inusitado a cada uno de los ítems le ponía 5.000 pesos. Escribía esa suma y la multiplicaba por 1.300 mesas. Después anotaba que por lo menos necesitaba 600 autos y también calculaba 5.000 pesos por vehículo. El mismo monto pensaba destinar a cada uno de los 400 fiscales generales. Más tarde se perdió en un curioso razonamiento y afirmaba que las motos rinden más que los autos para el acarreo de gente porque no tienen que esperar tanto tiempo a que los votantes salgan de las escuelas. Luego siguió sumando y puso 4.000 pesos para la comida de cada fiscal y de cada fiscal general, a los que sumó a los movilizadores. Tomó el celular y preguntó cuánto le salía los afiches de 70 por 110 y anotó 850.000 pesos los 10.000 afiches. Antes de ponerse a sumar aclaró que todo lo que había escrito antes era sólo para el día de los comicios. Sin sumar nada y decidido a no ser candidato a legislador confesó: “Si no tenés por lo menos 50 millones de pesos no vas a hacer nada; lo que anoté es sólo para el día de la votación”, insistió.

Claro, cuando la confianza ya no existe hay que hacer una fuerte inversión de dinero y después durante los años de mandato “trabajar” para recuperar el dinero y así seguir en la rueda donde el bien común y el trabajo para la comunidad pasan a un segundo plano, inevitablemente. Hay una triste estadística electoral que confirma que aquella lista que más dinero gasta electoralmente es la que gana. Lo confirman los comicios de las últimas dos décadas.

Enriquecimiento

Este sistema consolidado de funcionamiento de la política termina enriqueciendo a la dirigencia que, paradójicamente, tiene como premisa central vencer a la pobreza. Los gastos que quedaron en la servilleta del bar confirman que un legislador no podría afrontarlo con la dieta que es lo poco que suele transparentarse desde los ámbitos públicos. Los números que sostienen la política no logran salir a la superficie, aún cuando hay proyectos de ley de acceso a la información. Precisamente, es de eso de lo que no se habla, no sólo en Tucumán, sino a nivel nacional. Cristina se ensaña con sus juzgadores, se enoja con la oposición, pero evita explicar cómo muchos de los que estuvieron a su alrededor (secretarios privados, secretarios de Estado y hasta familiares) han hecho fortunas incalculables que hacen sospechar de corrupción porque no tienen explicación.

Juntos no pueden cambiar

Con estos antecedentes no hacen falta adivinos ni el pulpo Paul para imaginar algunos de los resultados de las elecciones que se vienen el próximo año. No obstante, está más que claro una de las formas en las que se podría modificar este sistema que se retroalimenta cada cuatro años es modificarlo. Claro que el oficialismo no debe tener muchas ganas de hacerlo ya que le viene dando resultado positivo desde hace demasiados lustros. Por lo tanto debe ser la oposición la que busque ese cambio.

Parece también una ilusión porque la confianza y la esperanza pareciera que no militan en ninguno de los partidos de la oposición. Este jueves los principales partidos de Juntos por el Cambio se sentarán a firmar la constitución de la coalición y hay más dudas que certezas de que la Unión Cívica Radical esté en condiciones de hacerlo. Sus internas y sus grietas pueden ser la piedra fundamental de la ruptura.

Se entiende claramente que en un sistema donde la desconfianza enriquece dos amigas como la confianza y la esperanza no puedan llevarse bien en nuestra provincia.